Una forma de manipular

Hoy hablaba con un paciente de la gente manipuladora, y de cómo ven las cosas de manera siempre conveniente para sí mismos. Uno tiende a pensar que es una desviación del pensamiento, pero lo que es una desviación del pensamiento es la objetividad: pensar antes en lo que es, aunque nos perjudique.
Podrán chillar y rebuznar que la falta de objetividad no es adaptativa. Para quién, habría que preguntarse.
La causa de esta ideología naturalizante es que quienes estudian la adaptación son personas que tienden a pensar con objetividad, es decir: anormales. 
Piensen un poco en la cantidad de inhibiciones y regulaciones y entrenamiento y procesamiento extra que requiere pensar con objetividad, y van a tener que reconocer que es uno de esos esfuerzos excepcionales que la especie puede permitirse una vez cada tanto. Frente al objetivo, el pragmático juega siempre con ventaja. Pero no se equivoca mortalmente? No, porque es pragmático, no estúpido: sabe lo que le conviene y se queda con la experiencia ajena, sólo necesita las respuestas, no las preguntas.
Pero la persona manipuladora tiene sus vueltas. Su debería estudiar cómo trabaja su mente, no es una mente "normal" puesta a resolver tareas egoístas, si es que algo así como una mente "normal" existe.
Cada mente se desarrolla especializándose en resolver las tareas que le presentan el cuerpo y el mundo, que sólo habita a través de su cuerpo.
Los positivistas asumían que la mente debía buscar alguna especie de éxito: placer, armonía, equilibrio, adaptación, todas analogías del simple ganar, que es una premisa bélica. Hasta el concepto de ganancia es un belicismo en la economía: las economías no se guían por la ganancia sino en nuestra cultura bélica.
Después de que el tiempo demostró que la funcionalidad de la mente no cerraba, vinieron los estructuralistas a decir que el Orden simbólico determina las metas de la mente. 
Ahora que dimos vueltas al símbolo hasta volverlo impotente, vienen las neurociencias a poner los genes al timón de la existencia.
Pero lo cierto es que cada mente opera, crece y cambia dentro de sus posibilidades definiendo sus propios criterios de "éxito", sin querer se va creando posibilidades que hacen de marco a su propia forma de operar.
Por eso me interesa ir coleccionando los pequeños ejemplos de trabajo de una mente manipuladora. No creo que se pueda ir más allá de una tipografía de estilos mentales, agrupar procesos en función de sus resultados es muy peligroso conceptualmente: muchas veces se llega a lugares similares por caminos muy diversos.
Después de tanta disgresión, el ejemplo:
En términos lógicos parece algo emparentado al sesgo de confirmación, pero tiene su dinámica de juego (nota mental, retomar el estudio de la teoría de los juegos) interpersonal.
Viene alguien y se pasa de la raya, un poquito, no mucho, pero el abuso está ahí.
Por ahí se adelantó en la cola del bondi. O se sentó en dos asientos. O llamó fuera de hora por temas de trabajo.
Pensando en términos bélicos (mejor hacerlo intencionalmente, y no por descuido) es una pequeña invasión: si recorrió un camino para entrar, va a tener que recorrer otro camino para salir.
Pero la situación es aún peor: porque en términos de energía es un desorden, y cuesta más energía volver a ordenar que desordenar.
Ahí se da que para estas pequeñas transgresiones siempre cuesta más restablecer el orden que solamente reponer el daño. Es más barato absorber el costo del abuso que corregirlo.
A corto plazo.
El que tiene un defectito de impulsividad, hace estas cosas todo el tiempo: agarra antes de pedir prestado, pasa adelante antes de pedir permiso. Las respuestas van desde nada, que es lo mismo que nada, hasta reproches verbales, que cuestan poco y generan la necesidad de no escuchar.
La consecuencia es que la secuencia se repite muchas veces. Toda acción que se repite mucho va creando una facilitación, un hábito.
Y sobre el hábito, que es una conducta facilitada por el ejercicio, se construyen explicaciones: a veces para responder a los reproches. E interpretaciones. La interpretación lógica es que a los demás no les molesta tanto lo que se hace mal, de ahí a sentirse legitimado para seguir molestando, hasta el punto de que se pierde todo registro de estar molestando.
De repente la idea de la "tolerancia cero" no parece tan carente de sentido.
Pero el castigo no arregla la cosa, porque lo que se requiere es entrenar una respuesta alternativa. Y para eso hay que inducir una acción direrente con una frecuencia comparable a la de la molestia que se quiere corregir.

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