Bendito

A los psicólogos recibidos de la UBA nos encantan los juegos de palabras. Eso pasa por leer a Freud, que escribía en medio de la euforia de haber descifrado sus propias pesadillas. Allá por el mil novecientos, apenas tenía un amigo que lo bancaba con esas cosas, pero igual se lo notaba súper entusiasmado.
Después vienen los lacanianos, que son una secatura, pero también contagian esa esperanza de encontrar un orden en todo eso que se ve tan complicado.
Y sí, la última fe que tenemos que aprender a perder es la fe en las palabras. Se hace difícil con prácticamente todas las personas más inteligentes de la humanidad, desde Galileo hasta Hawkings pasando por Platón y Bobby Fischer, han demostrado una confianza absoluta en el poder de los símbolos para representar el orden de lo real.
El mejor antídoto contra las ilusiones es el ilusionismo.
Y si se trata de aprender a descreer del poder de la palabra, mi consejo es recurrir a quienes más lo usufructúan: los poetas.
Como Shakespeare, que tanto dice que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que pueda soñar la filosofía, como afirma que el poeta le da a la aérea nada un cuerpo y una habitación.
Pero el vicio de las palabras no se cura con el conocimiento, como ningún vicio, sino con el ejercicio.
Así que la forma más directa de no creer en la omnipotencia de las palabras, que lleva a que la terapia sea un espacio sólo de sugestión, es usar intencionalmente nuestra única herramienta.
Aspiramos al ideal de Unamuno, que dijo que sus artículos deberían escribirse en itálicas porque eran intencionados de punta a punta.
¿Será cierto que pensar las cosas con palabras diferentes cambia algo?
En realidad, como buen ilusionista, uno distrae con palabras para que el otro haga lo que conviene.
Por ejemplo, X me habla hoy de una realidad inaceptable.
X se mantiene en la posición de que todo le sale mal, que todo lo que intenta se arruina.
Por supuesto, hay personas a las que sí les pasa esto, hay personas a las que les va mejor cuando se limitan a vegetar, porque sus iniciativas apuntan de manera infalible al desastre.
Pero X tiene más bien, eso calculo, el problema de que en cada proyecto espera que se realice una imagen de una vida perfecta que está muy lejos de ser posible. 
La realidad es inaceptable.
Conque le puse una trampa: cómo pretende no aceptar las cosas? Eso es imposible. Puedo entender que la realidad le resulte intolerable, no inaceptable. La realidad no te pide permiso.
Cuando algo es intolerable, podés tratar de evitarlo, podés reducirlo, frenarlo, podés tratar de modificarlo, podés compensarlo con otra cosa, sólo en último lugar podés resignarte.
Lo difícil era pasar de una terminología negativa a una positiva. 
Me tuve que ir a otro idioma para decirle que con la realidad lo que debe hacer es "acknowledge it", no "get used to". No sé si dejó de quejarse porque vió las cosas de otra manera, o porque mi pronunciación del inglés es, si no inaceptable, al menos intolerable.

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