Los límites de la objetividad

En las conversaciones entre colegas, los pacientes son tratados como objetos. Esto no quiere decir necesariamente que los veamos como si fueran cosas, aunque es algo que nos impone cierta vigilancia para que no se deslice hacia la deshumanización de la práctica.
Pero el hecho es que el lenguaje objetiviza, la estructura de sujeto y predicado que nos enseñan es una gran mentira. Cuando se habla en tercera persona, el sujeto es un objeto entre otros:
"Como dijo Benveniste, la tercera persona no existe"
Así es que arbitrariamente, siguiendo las necesidades del diálogo, podemos agrupar casos, síntomas, coberturas, colegas o instituciones.
Simplificamos, generalizamos como todo el mundo. Porque las personas sanas no ejercen de científicos cada hora de su vida. Y porque entenderse con los compañeros de trabajo es una necesidad de tiempo real, mirá si hubiera que hacer un historial por cada pase de guardia, puesta al día o cada vez que se necesita recordar un listado de derivaciones.
Y la objetivación alcanza la estratósfera en los niveles de gestión y gerenciamiento. Ya no es un paciente, un caso, sino series enteras de situaciones agrupadas por accidentes tan alejados de su condición sufriente como son la afiliación a esta o aquella cobertura, la región de residencia... 
Mi profesora de Auditoría  sostiene que nunca hay que estar alejados de la práctica directa, porque desde los lugares de gestión se puede perder de vista la dimensión del sufrimiento, que es la realidad que nos importa.
Pero lo que tengo que decir de esta cuestión es que esa objetivación, no sólo no es intrínsecamente perjudicial, sino que es estrictamente necesaria. Cuando Leonardo Da Vinci abría cadáveres para entender la anatomía del cuerpo, se arriesgaba a un proceso penal por sacrílego.
Es normal, y seguramente sano como individuos sentir repugnancia por meternos más allá de lo visible del cuerpo, por romper lo que está unido y exponer lo envuelto.
En cambio, nosotros nos metemos con los sentimientos más íntimos de la gente y los manoseamos como nos parece. El impulso de heroísmo más noble lo comparamos con ensuciar los pañales, o lo viviseccionamos como un efecto de la propaganda, o hasta le los mismos estereotipos de masculinidad tóxica que alientan las violaciones grupales.
Y tampoco hay que andar hilando muy fino acerca de cuándo se objetiva bien o mal. Los que dicen que los límites son difusos son los primeros interesados en limitar todo excesivamente.
No cuesta nada darse cuenta que una cosa es agrupar conceptualmente, porque uno después se olvida de eso y atiende a las personas, y otra cosa es maltratar o permitir malos tratos.
Todo se reduce a esto: no descargue sus instintos sobre las personas a su cuidado.
Luego, sí, hable como le sea necesario.

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