No importa tu razón

Todas las personas con padres experimentan el hecho de que sus opiniones más competentes sean menospreciadas en favor de la opinión de cualquier vecina carente de calificación profesional. Parece que la forma en que se construyen nuestros conjuntos de referentes es irreversible. Hay personas a las que tomamos como puntos de vista válidos por cualquier motivo, nos acostumbramos y vamos acumulando referencias, que con el tiempo cuesta más decidirse a dejar de lado. 
La frustración de los hijos puede trabajarse en terapia durante innumerables sesiones. Yo encuentro que por más que aumente la expectativa de vida, la gente no tiene tanto tiempo como para perderse de mejorar su calidad de vida y la de sus padres.
(Es cierto, es cierto, los familiares de mis pacientes no son mi responsabilidad, de hecho muchas veces pienso "que se caguen, mi paciente vale más que ese cuñado idiota")
Por razones notorias, últimamente lo que más encuentro es la preocupación de mis pacientes por la salud de sus padres, por su cuidado, sus descuidos. Y lo mal que la pasan entre la fatiga de asistirlos, el enfado de corregirlos, la culpa de maltratarlos.
Claro que no es nada comparado con lo que viven quienes ven enfermarse a sus mayores, quienes los pierden si despedirse. Con más razón me parece prioritario que esas relaciones se encaminen a algo que mínimamente funcione.
Creo que debe haber una regla en las preocupaciones humanas, o al menos noto que es algo frecuente: si no se tiene una preocupación específica, termina uno preocupado por un montón de pavadas. Es prudente encontrar un solo frente y tratar de resolverlo, porque de otra manera persiste en uno la tensión de lo no resuelto, la certeza de lo pendiente, que no dejaremos de adosar a cualquier señal problemática, a cada tropiezo o inconsistencia del mundo esperando que por fin se trate de la cuestión a resolver. Pero como no sabemos qué hacer, no tenemos qué hacer al respecto, nos quejamos. Como si cada vez que un problema nos excede, fuera cuestión de que alguien más se haga cargo.
En conclusión, el primer paso en esto es poner una prioridad y dejar el resto de lado. Si se van a pelear con sus viejos, una cosa es por cumplir el turno con el cardiólogo, dejar de hablarse por el revestimiento del baño es una estupidez.
A los padres siempre se los decepciona. Como cualquier padecimiento es directamente proporcional a su duración, es bastante obvio que no tiene sentido estirar las cosas. Por ejemplo, si hay que hacer un cambio, andar anticipando no ayuda a la gente se adapte ¿imaginando se van a adaptar? Lo que se tiene que hacer, mejor hacerlo con el tiempo justo, la adaptación es a posteriori.
El tercer principio es que ponerse de acuerdo está sobrevalorado. La necesidad de que reconozcan nuestros argumentos, nuestras razones, es el talón de Aquiles en cualquier discusión o negociación. La prioridad es que los padres se cuiden, no que nos crean. Olvidarse de eso lleva a perder un montón de tiempo y fuerza. Además de innecesario suele ser inútil: el hábito siempre pesa más que la retórica.
toda relación es como un espacio con límites: hay cosas que pasan dentro de esa relación, y cosas que no pasan. Cuando no hay acuerdos, la relación se limita más, se reduce. Pero esto no la hace imposible ni la rompe. En cambio, cuando se insiste en llegar a un acuerdo a toda costa, el tira y afloje ocupa progresivamente todo el espacio disponible. 
Ya me dirán si es una buena idea llenar la vida de eso.


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