El que se enoja pierde
Los médicos, y los agentes de salud, no están para abrir juicios morales. Es uno de los principios más antiguos, se considera de hecho consubstancial al arte de curar. Como pasa con los principios fundamentales, está plagado de fantoches siniestros que simplemente los ignoran sin miramientos, como cosa de tímidos (habría para conversar sobre la relación entre la transgresión y la temeridad como valor). A estos psicópatas hay que ponerlos aparte de una inmensa mayoría de profesionales que actúan con normalidad, o sea que aceptan cierto ideal, sin alcanzar a cumplirlo.
Pero el principio está vigente: el hecho de que haya formas de hipocresía específicas de cada institución, no quiere decir que la hipocresía misma sea instituída, como quieren algunos analistas. Es una consecuencia de la variedad humana. Y de la picardía.
Ejemplo: se hace un recital al aire libre, se junta mucha gente. Los carteristas hacen su agosto ¿Hay que suponer que el recital fué organizado para los carteristas? Los que no vivimos de lo ajeno fallamos siempre al entender estos comportamientos si tratamos de ponernos en lugar del otro, porque nuestra forma de pensar es diferente.
Sí es posible especular que la presión por separar el juicio moral de la curación se debió a que originalmente médico y sacerdote eran la misma persona.
También es cierto que el sentido de este principio debe haber ido cambiando a lo largo de la historia: hoy es la expresión de un paradigma de salud que tiene el relativismo cultural como un elemento interno.
Antes fué la puesta en práctica de las directivas sanitaristas que imponían una especie de "curadlos a todos, el capital reconocerá a los suyos".
Hubo un momento de inflexión con el "tutti fratelli" de inspiración tan cristiana, que para mí fué una reacción ante la industrialización de la guerra.
Tampoco tiene que ser indiferente el momento en que los renacentistas se pusieron a disecar cadáveres: rompiendo las barreras de lo sagrado, se pusieron más allá de la moral, lo que es al mismo tiempo una condición para la neutralidad moral, y también una ventanita por donde se escurren las posiciones perversas, que como decía antes, no son necesarias sino inevitables.
Para los psicólogos ya es desde hace cien años una cuestión técnica: cada preferencia que se pone en juego en nuestra conducta durante las sesiones genera un eje de distorsión y selección sobre todo lo que dice nuestro paciente.
Como todo en esta vida encuentra su límite, la predisposición a brindar cuidados por igual de acuerdo a las necesidades y no de acuerdo a la mayor o menor simpatía que se sienta por el paciente, encuentra un duro obstáculo cuando los pacientes maltratan a quienes los cuidan.
Con ustedes: el paciente forro.
La psicología de los insoportables no es complicada: por un lado la gente con déficit de control de impulsos que es agresiva por causas orgánicas, digamos que no pueden evitar chocarse al resto por el simple hecho de que están alrededor, por otro lado los jodidos, que aprovechan la impunidad de la condición de pacientes para fastidiar con mayor o menor intensidad.
Acá van algunas cosas que los más locos sueños de los profesionales de la salud son causal de inhabilitación para recibir cuidados:
-Bocones: una cosa es que tenga una opinión, pero todos nos damos cuenta cuando dicen cosas a propósito para menospreciar a los demás, comentarios machistas, racistas, antimedicina ¿Por qué no van al curandero si todo el sistema de salud les parece una mierda? En serio, no lo hagan.
-Babosos/as: parece que en una entrevista a Alberto Castillo le preguntaban si en su profesión de ginecólogo le había pasado que lo encararan las pacientes. Dijo que eso era bastante común y que las sacaba carpiendo. Ojalá todos los profesionales varones fueran así. Hoy en día la mayoría son profesionales mujeres. No traten de levantarse a las doctoras, por lo que más quieran.
-Pacientes VIP: al equipo tratante no le interesa si te atendió Favaloro himself o si sos amigo del Papa, ni si creés que levantar la voz te da derecho a recibir trato de excepción. Los dispositivos tienen que funcionar para todos, tienen limitaciones y todos lo entienden.
-El autito chocador: una clase de pacientes que no tenemos argumentos para reprochar, porque "¿qué le van a hacer si son así?". Pero la incoherencia de angustiarse porque te despidieron después de escupir en la cara a tu supervisor, o indignarse porque el médico te dice que te van a tener que amputar el pié diabético mientras te bajás media docena de alfajores...
Seguro se me olvida algún estereotipo, al margen de casos groseros que ya son materia penal.
No tenemos un marco que permita operar sobre estas cosas, hace años un Bion le podía decir a su aciente "Usted es un idiota". Hoy tenemos que poner en la balanza el principio de respeto con el principio de veracidad.
Comentarios
Publicar un comentario