Invasiones

En el post anterior mencioné de pasada que algunas corrientes de la psicología creen en un modelo de personalidad como un organismo coherente. Que esa creencia es fruto de la adhesión a un sistema filosófico más que hija del modelo teórico se demuestra observando que hoy por hoy son las mismas corrientes que se autoproclaman pertenecientes al paradigma del procesamiento de la información.
Entiendo que para decir eso hace falta una dosis enorme de desconocimiento de cómo se procesa la información.
Porque entendiendo un poco mejor qué puede y qué no puede hacer la información, se da uno cuenta de que no ya la personalidad, sino la representación de sí mismo, el yo, está lejos de ser algo coherente.
También hablaba de hacer diagnóstico diferencial, en otras palabras, discriminar. Y la discriminación es también la base de la formación de un "yo" y de la posibilidad de interactuar con pares.
¿Cómo se define dónde se termina uno y empieza lo otro? Cuando se trata del cuerpo parece fácil: los sentidos pueden informarnos dónde están los bordes. Pero así como no existen colores más que en nuestra mente, el mapa del cuerpo propio es un producto mental. Es información, que está, ya no en los sentidos, sino en la memoria. Entonces hay que suponer que ese mapa puede no coincidir con lo real. Debería haber un procedimiento confiable para que se mantenga actualizado. Pero lo máximo que se puede pedir es un procedimiento confiable : nunca se va a eliminar la separación entre lo real y la imagen corporal.
Y todavía ni empezamos a resolver cómo hacer para que el cuerpo se sienta propio, o mejor dicho parte de uno.
Caminás descalzo, pateás una silla con el dedo meñique. DUELE. Pero ¿por qué siento que me duele el dedo y no, por ejemplo, que el dedo me hace doler? Los mapas tienen cartelitos que te dicen si están en Colombia o en Guyana y acá pasa lo mismo. Cada región tiene que estar marcada para que se reconozca como propia. Por más que los neurobiólogos de moda recauchuten el diagrama de las zonas perceptivas en la corteza (busquen "homúnculo cerebral" por lo menos para enterarse de la antigüedad del concepto), los fenómenos que observamos en los casos clínicos dicen desde hace mucho que no basta conque la sinapsis impacte en una grupo de neuronas: la evidencia es apabullante, ni siquiera hay que ir a buscar esos casos de psicóticos que se cortan un pedazo como si nada.
Si así de complicado es mantener en orden la imagen corporal, se pueden ir haciendo cargo de los que pasa con las emociones, los sentimientos, la intenciones...
Cada fenómeno sensible, cada elemento representado tiene que pasar por un etiquetado previo para que sea percibido como propio. No hay nada que garantice que todo se etiquete, no hay nada que garantice que las etiquetas sean correctas. No hay nada que haga necesario de que nos enteremos de los procesos necesarios para el funcionamiento de la mente.
Los fragmentos de la identidad son como los regalos de navidad: los reconocemos por las etiquetas que alguien les puso. La cosas que pasan en las vínculos con gente manipuladora son una buena muestra de que los límites de la identidad son difusos, cambiantes y, sobre todo, vulnerables.
Me suelo encontrar con situaciones donde un paciente se hace conflicto por un deseo, un sentimiento, hasta por una necesidad. Algo de lo que le pasa le genera temor, malestar difuso, desconfianza. Y muchas veces el trabajo terapéutico pasa por diferenciar que en realidad el problema con esos sentimientos es que molestan a alguien más, que el paciente se tomó como propio un sentido ajeno.
Muchas veces es útil también valorar y discriminar la responsabilidad por el otro: pasar de tener incorporado un problema de otro, que se percibe como propio, a asumir una responsabilidad propia sobre un problema que se reconoce como ajeno.
En el origen, pero también en cierta medida durante la vida adulta, la consistencia de la identidad se sostiene de cierto pacto con los demás, del principio de no meterse en la cabeza del otro proyectando lo que rechazamos de nosotros mismos. Es un pacto que no siempre se mantiene, y muchas veces se rompe de manera involuntaria.
Es como chocar la mesa con el meñique: le achacamos la causa del dolor a la madera y no al dedo. Cuando alguien dice o hace algo que nos molesta, en seguida le suponemos la intención de hacernos sentir mal. Si el otro está más o menos bien parado en su vida, o tiene puntos de referencia independientes en que apoyarse, se va a defender. Pero si el otro depende de mí, o si está vulnerable, o sobre todo si está creciendo, va a quedar colonizado por mi enojo.

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