Diagnóstico diferencial

La necesidad de diagnóstico diferencial se supone como un caso que debería ser de excepción, cuando un cuadro presenta síntomas similares o comunes con otro cuadro. Pero cuando se trata de enfermedades mentales es más bien la regla. Sobre todo porque la tendencia es tomar en cuenta el síndrome: el conjunto de signos y síntomas. Mejor dicho: los signos y síntomas como una colección de datos, cuando lo que se necesita es poner a prueba qué modelo de estructura de la personalidad explica mejor la conducta del sujeto (una vez discutí sobre esto con una matemática y quedamos en un atolladero debido al concepto de modelo que maneja cada disciplina).
Para el que tiene un modelo de personalidad como un sistema, todas las patologías tienen que resultar necesariamente en una colección de anomalías, desviaciones que no se pueden integrar al resto y que típicamente tienen que explicarse como efecto de otra cosa: los neurotransmisores, los genes, el stress, la luna en acuario. Es gracioso que justamente las corrientes que se inclinan por esa forma de pensar se presenten a sí mismas como empiristas, cuando son lisa y llanamente filosofía aplicada. Su idea del sujeto es lo que los filósofos se imaginaron como alma intelectual. Allá ellos.
Los que vienen de capa caída son los modelos que no vienen de lo experimental sino de lo asistencial. La psiquiatría clásica describió los cuadros arquetípicos de las psicosis crónicas a base de sentarse a escuchar a los locos durante horas por décadas. El psicoanálisis tiene un consenso fuerte sobre la división de la personalidad gracias a tratamientos kilométricos en cuanto a producción verbal de sus pacientes.
Pero estos modelos dicen que los síntomas no son un recién llegado a la vida del paciente, que su frma de conectar ideas tiene relación con su forma de relacionarse con otros, y con la forma en que tramita sus afectos, y a su vez, con el tipo de recursos de que dispone para afrontar conflictos.
Aunque en el origen, la psiquiatría quisiera como la botánica poder identificar sus especies a base de discriminar rasgos clave, en algún punto no le quedó otra que asimilar algo así como una estructura de la personalidad, que necesariamente es compleja y fragmentaria.
Una confusión muy común en los diagnósticos es la pareja bipolar-borderline. 
Ambos son grupos de casos complicados, molestos, riesgosos, difíciles de tratar.
Ambos son emocionalmente inestables. Ambos tienen problemas de control de impulsos, consumos problemáticos. Ambos suelen ser transgresores.
Pero en un caso, el problema es una alteración del humor que induce un estado de activación tal que el sujeto pierde el norte. En el otro, lo que falla es la base de la identidad, lo que desencadena esos intentos de sobrecompensación y determina una inestabilidad característica en los vínculos.
Esas cosas no son observables en la sintomatología: sí lo son en la biografía y en la evolución del vínculo terapéutico.

Hay muchos otros diagnósticos que se confunden, y por si esto fuera poco, tenemos un mecanismo de formación de síntomas por identificación, propio, pero ni de lejos exclusivo de la histeria, que hace que una persona incorpore elementos de los síntomas de otros como rasgos para señalar una comunidad enigmática.

Aunque parezca raro, todo este comentario viene a consecuencia de observar la dinámica entre dos hermanos, y preguntarme si son pibes jodidos, o simplemente forros.


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