Haz lo que yo digo...
...pero no lo que escribo.
A la gente de leyes y a los académicos, les encantan las cosas por escrito. La cofradía de la infromática ya es otro cantar, porque si bien todo lo hacen por escrito, ellos están del otro lado del mostrador de la escritura, así que tienen derecho a mostrarse un poco cínicos frente a los fetichistas de la letra.
Los psicólogos (y los médicos también) trabajamos con la palabra. Dependemos de lo que nos dicen como los marinos del principio de Arquímedes. Nuestras intervenciones son palabras, nuestro bisturí es la voz, nuestro medicamento el idioma.
Hasta ahí todo bien, nos encanta escuchar y decir cosas ingeniosísimas. Y por más que nos digan vendehumos, la cosa funciona: la gente se siente mejor, los locos en general están menos locos, y los padres complicados torturan un poco menos a sus hijos.
Llegará un día en que ya no hagan falta psicólogos...
Como iba diciendo, decimos y nos dicen cosas y todo marcha bien.
Y qué pasa con lo que se escribe?
Porque también escribimos, eh. Freud aconsejaba no escribir por algo, pero como somos todos más inteligentes, hacemos lo que se nos canta y tomamos notas masivamente durante las sesiones.
Lo que dijo al respecto el fundador del psicoanálisis es tal cual: si uno tiene que escribir, necesariamente tiene que fijar la atención en algunas partes del discurso del paciente, relegando otras. Y esas otras nunca pueden ser casuales, más alla de que de antemano es imposible saber qué frases, giros o elementos son los que realmente importan.
Después vienen los literatos fallidos que invadieron las aulas de psico a fundamentar la necesariedad de la escritura, de la producción textual para el ordenamiento de la "praxis".
Y las editoriales a ofrecerte espacio a cambio de pagar unos jugosos avisitos.
Al margen de todo eso, están los usos de la palabra escrita que son inherentes a toda profesión reglada en una sociedad moderna. La salud es un campo de interés publico donde las acciones y los sucesos están bajo el ala de la ley. Los curadores están obligados a dejar informes escritos.
Claro que los médicos, la cofradía del órgano, también son famosos por su falta de hábito y pericia para escribir. Algunos hasta lo hacen a desgano, aunque las razones del descuido en la medicina son otras, casi las opuestas de las que tienen los psicólogos para no aprender a escribir informes.
Cuando uno es novato se pregunta "qué tengo que poner en el informe".
Se pregunta cosas que deberían habernos enseñado.
Por qué es tan difícil y no es nada obvio saber qué se pone en el informe: porque es para que lo lea alguien de afuera.
La primera regla es que un informe decente tiene que ser legible para el paciente, para un funcionario, para una maestra, para un traumatólogo.
La segunda regla: el informe es un documento que te hace responsable. No se escribe nada de lo que no puedas responder. Si decís lo que pasó, tenés que decir que hiciste o vas a hacer al respecto.
Por último, y esto en particular para los de salud mental: El secreto profesional.
Ahora está de moda mesarse las barbas por la pérdida de la intimidad, la concentración de datos privados, pero hace siglos que se vienen revoleando historias clínicas con detalles jugosos sobre la vida privada (sobre todo con quién cojen) de los pacientes. Pero también es problemático hablar de lo que toman, de si cometen delitos.
Los delincuentes también van al psicólogo, eh.
A la proliferación de la información se la combate desde la raíz.
Sean parcos. Menos es más. En boca cerrada no entran moscas.
Imaginate que escribís que tu paciente se fuga de la casa y comete hurtos para consumir drogas.
¿Decís eso y no fuiste a un defensor de menores a pedir una intervención? Estás haciendo abandono de persona.
Sin contar que eso circula, y el día menos pensado tenés una demanda por daños y perjuicios porque tenés prohibido exponer información que perjudique a tu paciente.
La universidad no te enseña a ser pillo. Los problemas lo hacen.
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