De dónde vienen? A dónde pertenecen?

Identificar la atención en salud mental exclusivamente con el modelo de psicoterapia individual genera muchos problemas. Para el público da una idea banalizada de los problemas, colabora con el prejuicio voluntarista de que las enfermedades mentales son problemas imaginarios que se arreglan con un poco de contención y afecto. De rebote, para los que ejercen esta noble disciplina tiene el riesgo de obnubilar la mirada y hacerles creer que su práctica es La práctica.
Obviamente todos se dan cuenta de que hay otras cosas, pero las ven como intervenciones adicionales, contextuales, paralelas. Uno puede creer que si en el tratamiento de un paciente internado se incluyen sesiones de psicoterapia individual, lo que pasa ahí es como lo que pasa cuando una persona va al consultorio que el mismo psicólogo tiene en un departamento del centro.
¡Hasta hemos consentido la expresión misma "Espacio de terapia individual"!
Los tratamientos no son modelos armados con bloques: las agendas que usamos para organizar los tiempos y los espacios lo son. Puede que sea lícito decir que un Salón de Usos Múltiples permanece igual a lo largo de su afectación a distintos menesteres, tales como un desayuno, un talle audiovisual o una sesión de aerobic (algo que ni siquiera resiste la prueba del olfato, en fin). 
Esto es bastante obvio cuando lo ve alguien de afuera, que no esté acostumbrado a concentrarse día a día en el reducido campo de acción de un terapeuta.
Y no digo que sea un error: para hacerlo bien hay que concentrarse mucho en el espacio de trabajo.
Por esto los equipos necesitan coordinadores.
Lo que sólo ven algunos especialistas, sólo los que entienden de estadística (y a la mayoría de los médicos y los psicólogos les cuesta muchísimo entender la estadística), lo que quizás ven pero nunca tienen en cuenta al razonar, es que cada dispositivo es un potente selector de poblaciones muy características.
Por dar un ejemplo: tratamientos de adicciones. Hay pacientes con "consumos problemáticos" en tratamientos ambulatorios individuales, grupales, institucionales, abiertos, cerrados (privados de libertad), a cargo de jueces civiles, a cargo de jueces federales, presos...
Las razones por las que una paciente llega a un consultorio son muy diferentes de las que tiene el paciente que llega a una internación.
Y no tienen que ver con el grado de dependencia. Tienen que ver principalmente con las capacidades sociales, que van desde el autocontrol hasta la belleza física y el acceso al dinero. Un conjunto de habilidades que puestas en juego hacen que algunos terribles adictos puedan tratarse sin abandonar su vida cotidiana, mientras que otros quedan fuera de circulación con un par de porros.
Otro gran selector son las vías de financiación, cómo llega la plata del bolsillo de la gente a los prestadores. 
Van a ver que siempre hay escuelas nuevas de terapias modernas y caras que se llenan de publicaciones y de casos exitosos. La fórmula de Lévi-Strauss afirma que un gran brujo no es un gran brujo por hacer curaciones milagrosas, sino que hace curaciones milagrosas porque es un gran brujo.
Las terapias nuevas siempre convocan personas dispuestas a que les comprueben que todos sus terapeutas anteriores estaban equivocados.
Mientras tanto, las técnicas más antiguas acumulan consenso de especialistas, y reciben financiación de los seguros de salud y del Estado, con lo que se distribuyen de manera más equitativa.
Es decir que se llenan de pobres. Los pobres no tienen, como pretende Manes, un cerebro diferente. Tienen problemas diferentes.
Para que un pobre llegue a psicoterapia hacen falta otras cuestiones que las que llevan al consultorio a alguien sin problemas de plata. La ecuación de costo-beneficio es otra.
Así es que según dónde y para quién trabaje un profesional, un equipo, la población de referencia es una muestra sesgada. Por eso siempre hay que preguntarse de dónde vienen los pacientes, para poder pensar a dónde tienen que llegar.




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