Atame

El trabajo de gestión es agotador. Creo que es porque no tenemos una verdadera cultura colaborativa, no estamos acostumbrados a trabajar organizados si no es acatando indicaciones. Se entiende que adoptar un punto de vista de conjunto exige una competencia intelectual muy poco frecuente. Cuando uno está afuera de la situación es fácil, lo difícil es ver el conjunto cuando uno mismo está adentro, y mucho más difícil es aceptar lo que se ve cuando hay interés personal. 
En cambio la cultura de dirigir, centralizar, la cultura del control como forma de llegar a acuerdos, a cierto orden, está hipertrofiada. Hoy en día control es sinónimo de orden ¿o no?
Digo eso porque el trabajo de gestión me tiene ocupado todo el tiempo disponible en desmedro de la práctica clínica. Son elecciones, y siempre se aprende algo nuevo. Pero un poco se extraña el énfasis constante de otros momentos en las minucias del consultorio. Espero que esa parte nunca se me pierda. Por lo menos nunca creo que vaya a sentir que no hay nada por aprender, más bien puede que a veces me agote no encontrar respuestas para problemas que se repiten.
Muchas personas sufren innecesariamente porque no pueden cambiar de tema. Todo el mundo tiene problemas, y no todos son insuperables o calamidades como no tener casa, o convivir con abusadores. Lo normal es darle descanso siempre que se pueda a esos problemas y evitarlos salvo que sea para hacer algo indispensable. Cuando no se puede salir de tener la cabeza puesta en lo que no anda, la vida es bastante complicada. Con suerte lo que no anda es una pavada, entonces la gente vive preocupada por pavadas, un drama patético y que ni siquiera convoca la empatía del resto. Con menos suerte lo que no anda es un detalle importante, y entonces la existencia es una miseria. Cuando lo que no anda es algo básico es cuando esa fijación que en otros es enfermedad, se vuelve una estrategia de supervivencia. De hecho es más frecuente trabajar para que estas personas no se aparten, para que soporten la conciencia del problema, porque donde se distraen, el mundo se los lleva puestos y los pisotea.
Y con los que están atados a pensar en un problema ¿cómo los ayudamos? La gracia de ir al psicólogo es que no te venda un versito de buena voluntad como Bucay con sus cuentitos del elefante atado a un palito. En general nos piden un método, y es que eso es lo que no va a haber, al menos no un mapa que diga dónde está la salida.
Algunas generalidades: para dejar de pensar en algo hay que encontrarse otra cosa en qué pensar.
Se puede suspender el pensar por un rato, con drogas, pero el impulso va a seguir ahí, a menos que la memoria se rompa, como pasa en algunas formas de senilidad.
Se puede hacer mucho ruido como para no darse cuenta, pero a la larga uno se habitúa al ruido y el cerebro mismo lo decodifica.
Se puede esperar que la vida te cruce con algo distinto, y chau. Supongo que nuestros clientes son los que o bien se cansaron de esperar, o bien sospechan que eso no les va a pasar. 
Con lo que sí se encuentran es con un sujeto atípico que quiere saber siempre más y les pide que hablen mucho sobre el problema pero también sobre cosas que se desvían.
Todo está en que les importe lo que el terapeuta les pide.
Porque si se ponen a hablar y se permiten seguir el hilo, la atención se dispersa, conque pasan dos cosas:
La intensidad del malestar se reduce, porque una porción del sentido del problema de reparte entre cosas "secundarias". La otra cosa es que hablando se conectan cosas de manera imprevista, y a la larga, si hay otro posible foco de interés, lo terminás pisando.
La clave es estar atento e intervenir cuando el tema se repite, para que no se ande siempre en el ritual.
Si uno pudiera garantizar que cada sesión se digan cosas diferentes, el tiempo haría el resto.

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