Destinos marginales

Se sigue hablando de la libertad de expresión. Ahora porque un nazi protesta que lo cancelan.
Ya todos tienen aprendida la paradoja de Popper así que no vamos a machacar con eso. Además, seguiríamos en el ámbito de la comunicación. 
La comunicación está sobrevalorada. Está muy bien que desde Peirce en adelante nos hayan abierto los ojos acerca de cómo los signos son nuestra ventana al mundo real, y está súper bien que Jackobson y Levi-Straus nos haya revelado hasta qué punto el orden simbólico prolifera por doquier.
Pero la conciencia de las determinaciones simbólicas nos encandila y nos lleva a creer que es lo único que hace falta.
Típica fantasía de chico estudioso: soñar que el ingenio puede gobernar a la fuerza bruta.
Un libro que leí hace mucho "El imperio de la razón y el silencio de la diferencia" explica esto: la impotencia del dialoguismo habermasiano. El autor es Carlos Alemian.
Básicamente se centra en cuestiones políticas, políticas de sudamérica frente al primer mundo.
¿Hay que explicar que no hay reglas argumentativas que valgan cuando hay macha más fuerza de un solo lado?
¿Que es la plata la que compra los discursos eficaces y no al revés?
El uso de la fuerza es mala palabra en salud mental. A los psicólogos nos forman para intervenir con la palabra, como mucho con el dibujo y el juego simbólico.
Pero siempre con la premisa fundamental e infundada de que la libertad sana.
Bueno, si uno no lo toma como premisa sino como recurso técnico se encuentran sobrados antecedentes sobre la utilidad y pertinencia de dejar que a los pacientes no se les restrinja la posibilidad de expresarse, en el ámbito adecuado.
Eso funciona casi siempre muy bien en el encuadre individual por el hecho de que el terapeuta controla la situación: decide cuando empieza y termina la sesión, asigna los lugares que ocupan durante la misma y el tipo de interacción física habilitado. Si el paciente no se atiene a las pautas, el espacio simplemente se suspende y andá a cantarle a Gardel.
Por eso los psicólogos que se forman sólo en atención ambulatoria pierden de vista todo un espectro de problemas que aparecen con los pacientes que no se dejan controlar.
Ahí se aplica la fuerza, (a los que se andan quejando de que se necesita permiso de un juez para sujetar a un paciente hay que decirles "la policia existe por ustedes"). Para lo que hace a este tema, los fármacos valen como cualquier otra intervención directa sobre el cuerpo, más fina y mucho, mucho menos iatrogénica que un chaleco de fuerza.
No es que el tratamiento en instituciones psiquiátricas consista en usar la fuerza, sino que son lugares donde eso pasa con más frecuencia. Lo que estoy diciendo es que hay una escala continua desde el consultorio particular a la habitación acolchonada.
Y creo que se nota que en el consultorio, como en cualquier espacio civilizado, la fuerza no se usa porque se la da por supuesto. En las instituciones, en cambio, ese supuesto se actualiza seguido.
El pacto fundante de la terapia podría definirse como "se puede decir cualquier cosa, total no se va a hacer nada".
Ahí tienen una metodología para los discursos de odio, los que todavía son discursos.
La corrección política es un poco eso: hay cosas que no se pueden decir en público, pues a decirlas en otro lado. Todo está en llevar ese otro lado lejos del interés de quienes detentan el uso de la fuerza.
Por supuesto que eso es imposible sin una fuerza proporcional.


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