La razón a los locos

Mi paciente sigue con problemas con su ex. Uno tiende a sospechar cuando estas cosas se alargan, pero cuando hay hijos de por medio no hay resolución: la sociedad que genera la crianza está ahí y no hay nada que hacer, o por lo menos nada sano. Estas son los situaciones en que dejo el lugar de terapeuta y tomo el de consejero: para algo tiene que servir la experiencia acumulada.
Hace rato lo previne respecto de las discusiones que en definitiva son formas de contacto. No le digo qué hacer, sólo lo que puede esperar. Es como lo contrario al psicoanálisis: en lugar de preguntarnos qué sentido tienen las cosas que hace, imaginamos cómo se va a interpretar lo que quiere hacer.
El mayor problema en las relaciones es el egocentrismo. Si existen inteligencias específicas, la que usamos para relacionarnos debe ser la menos madura, la más "preoperatoria", la más sesgada por nuestros impulsos, y particularmente suele ser donde menos nos cuesta salir de nuestro punto de vista. 
En las cuestiones físicas debe ser más accesible esta superación porque, estimo, el mundo físico tiene al mismo tiempo unas leyes pasivas, rígidas, y nosotros mismos pertenecemos a ese mundo y cumplimos esas leyes. Cuando se trata de entender la lógica ajena, tenemos una doble ceguera, ya que en principio los demás son diferentes, tienen otras determinaciones y cuentan con ideas de base distintas. Pero además hay una dificultad más profunda, y es que tampoco respecto de nosotros mismos tenemos una representación objetiva. Creemos que pensamos así o asá, que tenemos tales o cuales prioridades, tales rasgos y tendencias, y la realidad puede ser otra, muy otra. Siempre nos vemos, para decirlo claro, en baso a lo que nos han dicho que somos, y como se puede imaginar, lo que nos dicen es algo que otros imaginan, casi siempre proyectando una idea imaginaria que tienen sobre sí mismos.
Alto embrollo.
Fíjense lo que pasa con las explicaciones. Cada día me vuelvo más creyente de la divisa de Churchill, "no explicar, no reclamar": al final termina siendo cierto que a los hijos de puta les va mejor. Los detalles: la ex piensa que el flaco anda con otra, lo trata de vigilar, manda whatsapp a deshoras, hace cambios de horarios con las visitas, se fija a qué hora se conecta, a veces hasta lo interpela... el repertorio clásico. El flaco ya le había dicho que no tiene interés en volver con ella, cosa que por supuesto ella lo interpretó como "está con otra". Cuando ella le pregunta el le dice a veces que no está viendo a nadie y a veces le dice que no se meta con su vida.
Se pregunta, y me pregunta, por qué nada de esto tiene ningún efecto. Es un problema porque se irrita, se empieza a hartar de la insistencia de ella y enojado puede empezar a decir cosas que generen más conflicto.
La cuestión es que no se puede esperar que la gente acepte lo que uno dice así nomás. La ex, le explico, razona como un investigador: tiene un montón de experiencia acumulada en un sentido ¿por qué esperar que cambie sus hipótesis ante la menor dicrepancia?
Además, ella utiliza correctamente el razonamiento deductivo: todos los hombres quieren ponerla, el ex es un hombre, luego, el ex quiere ponerla. A esto le suma el dato de que no quiere ponerla con ella.
La conclusión lógica es que tiene otra mina.
Si el tipo no tiene cuenta en tinder, no se lo ve poniendo "Me gusta" en publicaciones de chicas... Es una amiguita de antes, o una vecina, ya lo va a averiguar.
Ahora, si lo sondea, él le dice que no ¿por qué le dice que no? Por supuesto: porque quiere dejar la puerta abierta para volver con ella si se pelea con su amiguita.
Esto que parece un razonamiento retorcido, es una cadena de deducciones inevitable de acuerdo a la premisas de donde parte ella, que además son acertadas casi siempre.
Si todos pudiéramos entender que el otro piensa correctamente muchas veces, y que sus intereses son tan buenos como los de cualquier otro, no creo que llegáramos a resolver nuestras diferencias, pero qué mala sangre nos ahorraríamos.
Ahora que lo pienso, mi meta sigue siendo la misma que la de Freud: reducir el padecimiento a una miseria ordinaria.

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