Tiene sentido y no tiene

El trastorno bipolar. Cada vez que un diagnóstico se populariza, parece haber alguna relación con la circunstancia de que esté pasando por una etapa de "optimismo biológico". Es decir que siempre se ponen de moda trastornos cuyas hipótesis de causalidad orgánica parecen validarse. Estos dos fenómenos aparentemente inconexos parecen sospechosamente vinculados por el nexo que conforma el interés farmacéutico por los trastornos para los que se generaliza el uso de alguna droga nueva.
Con la bipolaridad parece que le pegaron nomás, alguna vez tenía que pasar. No es solo que los estabilizadores del humor funcionen, sino que uno llega a encontrar dentro de los pacientes con trastornos del humor, todo el abanico de estructuras de personalidad. Todos bailan la misma coreografía desbande desesperanzador, cuando mejoran se desbocan y luego caen, siempre con dolor, siempre con riesgo.
Cuando se estabilizan, parece cierto que la sintomatología es específica, porque ahora se comportan como lo que son, y pueden tener personalidades de cualquier tipo. Hay un detallito, y es que son personas que cargan con una "condición", al mismo tiempo condición orgánica e identidad: les dieron un diagnóstico que los define, que los pone en la categoría de "especial" (anormal), y van por la vida con ese secreto a cuestas. 
En el consultorio se escuchan las dudas de estar fallados en el fondo, el cansancio de dar explicaciones, la sangría de verse invadido por la curiosidad de quienes se creen con derecho a interpelarte porque sos "diferente", la ira de verse tratados de inimputables, el enojo de necesitar siempre más plata, más trámites, más todo. La tentación de hacer de todo eso un motivo de excepción.
Visto así, la únicas intervenciones pertinentes desde la psicoterapia respecto de la bipolaridad serían la psicoeducación por un lado, para convencer al paciente de seguir al pie de la letra el tratamiento -que funciona- y por otro lado una estrategia de contención para elaborar su identificación con la "condición".
Más allá de esto, se trabajarían los problemas normales del paciente como los de cualquier otro. La bipolaridad dejaría de ser un problema específicamente nuestro.
Sin embargo, una ventaja que tiene el trabajo con el paciente bipolar es que suelen ser muy constantes en sus elecciones, sus vínculos, así en la relacion con su terapeuta. Así que es normal que sigamos atendiendo a la misma persona por muchos años.
La gente estúpida cree que esto es una falla de la terapia, sobre todo del enfoque "psicodinámico". Pero se olvidan que se trata de un problema crónico, lo que trae necesidades extra de apoyo que otras personas no tienen. Nadie diría que un ciego desarrolla dependencia del bastón blanco y que por eso sería iatrogénico, pero para hablar mal de la psicología siempre hay comedidos.
Como somos cabezaduras, cada vez que el paciente tiene una crisis, un "episodio", tratamos de ir más allá del ciclo consabido "me siento bien-descuido la medicación-me siento mejor-dejo la medicación-me acelero-me retan-mando todo a la mierda-me descompenso-etcétera".
Y como la historia se repite, muchas veces encontramos que se puede hacer eso mismo: historia. El "episodio" puede ser un castigo, puede ser un escape, puede ser una manera de recordar algo que está negado, una manera de no querer sufrir algo de la condición normal también.
Un síntoma que parecía "típico", que mi paciente refería en términos de "no me encuentro, no sé quién soy", parecía lo que en psiquiatría se llama "semiología", es decir signos visibles de procesos neuroquímicos. De a poco fuimos tratando de interrogar eso, al principio tratándolo como una duda, y también, para decir la verdad, aportando algunas opciones, porque parecía riesgoso dejarlo como pregunta sin respuesta. El tema fue yendo y viniendo, entrando y saliendo de la terapia mientras otras cosas cambiaban en la vida de mi paciente. Otros temas recurrentes también iban pasando por turnos y cada tanto algún síntoma cambiaba de sentido. Finalmente, y después de aparecer esa sensación de desconocimiento, de desorientación, la pregunta se frenó: una de las respuestas posibles pareció pegar en el palo y se pasó a otro tema. 
Me quedé preocupado, la verdad.
A la siguiente sesión, mi paciente me trajo una sensación nueva: de soledad. Y una certeza respecto de su identidad.
¿No sabía quién era porque sabía lo que era eso?

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