Ahora lo ves, ahora no lo ves

Mi paciente tiene vínculos conflictivos. Cada vez que conoce a alguien, cada vez que alguien le gusta y le da bola, empieza a sentirse mal. Al principio son quejas por huevadas, despues pasa a tener berrinches, arranques. Sigue con la misma persona un tiempo, coje, a veces bien. Pero empieza a estar de mal humor. Empieza a sentir que no le responden cuando o como deberían, que buscan excusas, que le esconden algo.
Tiene la primera pelea, piensa, se arreglan, sigue viendo a la misma persona "a prueba", pero descubre que la confianza se perdió. Los reproches son continuos: no tenés compromiso, no vamos a ningún lado, no tenemos un proyecto.
Mi paciente se convirtió en una persona insoportable que tortura a su pareja por sentir lo que debe sentir cualquiera que recibe ese trato.
Las interpretaciones de psicología barata van a decir que mi paciente se defiende de una relación porque los deseos de casarse y tener hijos tienen sus raíces en en conflicto edípico no resuelto, conque están reprimidos y lo angustian. Avanzar en las relaciones sería un equivalente a cometer un incesto, y por eso necesita terminar con las relaciones, o se limitar a conectarse con cachivaches inviables, asegurando el fracaso.
¿Ustedes pagarían para que les repitan esta cantinela? 
Es cierto que la matriz para relacionarnos con los demás, y con el mundo y la realidad en general, se forma sobre la base de la interacción con quienes sostienen los primeros cuidados, indispensables para la subsistencia (toda verdadera dependencia tiene su origen ahí, pero eso es tema para otro posteo). Indaguemos entonces qué paso en la historia de esas relaciones.
Está la secuencia conocida, donde al principio, los demás, los objetos, tienen una existencia contingente y precaria, ligada a la percepción actual. Todo lo que se pierde de vista, deja de existir. De a poco se aprende que esperando un poco, el objeto vuelve y es el mismo. Es muy importante que ese poco de espera no se exceda, porque se vuelve al estado anterior, y el objeto deja de existir: si vuelve, se lo percibe como otra cosa.
Después puede pasar que el otro se vaya y no vuelva. Ahí ya no hay espera que aguante, en algún momento el sujeto en crecimiento clausura esa relación. Si llegó a cierto punto del desarrollo, hace un proceso de duelo, incorpora algunos rasgos, elementos de la representación del otro, a su propia identidad: se "identifica", lo que es una manera de conservar algo del objeto perdido, la identidad es un monumento al otro.
Si no tiene tanta suerte, y no puede hacer el trabajo de duelo, el vínculo cancelado queda como un sector clausurado de la personalidad, deja una secuela que es una limitación: formas de relación y roles que van a ser impracticables. Como un punto ciego del afecto.
Por último, y este es el caso de mi paciente, se da el caso de que el objeto es muy jodido y no se decide a irse del todo: cada tanto vuelve, consigue hacerse notar, y cuando consigue volver a existir para el sujeto, se las toma.
Esto es un trauma a repetición, y también una forma segura de causar un daño permanente, porque cada vez que esa persona se vincula con alguien, pone en marcha la experiencia de pérdida constante.
No es raro que empiece a sentirse mal.
También pasa que todo es tan irreal, tan inconsistente, que se fabrican una novela idealizada acerca de un tiempo en que anduvo todo bien, y el otro era perfecto. No es casualidad que los que aparecen y desaparecen de la vida de sus hijos, también ayuden a esa idealización con una montaña de mentiras que usan para evadir responsabilidades.
Al parecer, el primer paso para aquellos a quienes les jodieron la vida, es que se les reconozca que les jodieron la vida. Un principio de realidad.


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