Amasar la masa sana.

Ya debe sonar repetitivo, pero qué pacientes exasperantes son los depresivos. Ocupan el tercer puesto en el podio junto con los adictos, entre los casos frustrantes, ambos por la misma razón: ninguno quiere ir para el lado que los queremos llevar. Con los adictos es claro, porque antes que adictos son consumidores, y quieren seguir con lo que les gusta. El paciente con depresión claramente no está donde le gusta, pero todo lo que queremos que haga le duele más que sólo tratar de mantener a raya ese sentimiento de ser un error viviente.
En condiciones ideales, el vínculo terapéutico es como bailar un tango, es algo donde se hace de contrapeso para girar y como decía Gunter Grass "dar la impresión de que uno se va a caer", pero nadie se cae, y con cada vuelta se camina un poco más para el lado de la salida.
Eso pasa con las personas que quieren cosas. Hay no una motivación, sino un empuje interno, que se puede desbordar, se puede obstaculizar, se puede chocar, pero mueve.
Pasar meses y meses apuntalando personas que no quieren seguir, que están hartas de tratar, que objetivamente van de mal en peor, a veces perdiendo el afecto de sus vínculos, también agotados de sostener. Insistir una y otra vez con que hay que insistir. Dar ideas, qué cosa imposible. Cómo le voy a decir a otro qué hacer con su tiempo vacío, justamente yo, que podría pasar días yendo de la cama al living sin que se me cruce la idea de bajarme del tren del pensamiento (y no es que el trayecto sea el sueño de un agente de viajes). Para trabajar bien con esto pacientes uno tendría que sea como estas personas que son una campanita imparable e insufrible, siempre molestando con hacer algo nuevo, con ideas, propuestas y proyectos donde les den un centímetro de espacio.
En términos organizativos, necesitan un líder, pero un líder que no les permita relacionarse en forma complementaria. Porque la relación terapéutica, como todo vínculo de dos, puede tener un patrón complementario, donde uno reacciona al estado de ánimo del otro en sentido opuesto, o uno simbiótico, donde tiran ambos para el mismo lado y se van derechito al tacho.
Una relación saludable, dicen los que saben, debe poder fluctuar entre un patrón y otro.
Ahora el liderazgo no participa de esos patrones, aunque se puede parecer a una interacción complementaria, es asimétrica en otro sentido: uno de los participantes se percibe a sí mismo fuera de la relación, o más bien, es consciente del engaño que importa el juego de roles, mientras que el otro u otros, está tomado en ese juego por su deseo de creer.
Pero entonces para una persona con depresión el liderazgo sería ineficaz, porque el deseo de qué va a poner ahí. En este caso la función del líder se queda a mitad de camino, no induce creencia ni convencimiento, pero su demanda molesta lo suficiente para que el otro se mueva.
Tal vez a los pacientes depresivos en lugar de recomendarles psicoterapia, deberían indicarles terapia ocupacional... 

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