Muerto el perro...
¿Por qué los humanos nos sentimos tristes cuando se muere un perro? Esta pregunta que parece genérica fué pronunciada hoy con un sentido muy específico. Sentir pena por los bichos no es algo de milennial, ni de sensibilidad burguesa. Los que creen eso son los que imaginan un pasado de brutalidad idealizada porque en el fondo son sádicos que deploran las limitaciones que exige la vida en sociedad. Es un grupo que habría que poner en paralelo con el de quienes pregonan la decadencia actual justamente por la degeneración de la cultura. Parecen opuestos pero no lo son.
Mientras los primeros resienten las restricciones de la violencia así como la blandura y la sensibilidad que según ellos las motivan, los segundos también lamentan la sensibilidad contemporánea, por hedonista, pero ponen el énfasis en la degradación moral. Y no es ninguna sorpresa que en algún momento el moralista sueñe con castigos físicos así como el belicista tenga una firme convicción de que la abstinencia sexual es la clave de la superioridad física.
En el fondo son la manifestación de la pulsión de muerte, en oposición a la pulsión sexual.
Pero hablábamos de perritos muertos.
La gente quiere a sus animales desde que les pone nombre. Antes no había veterinarias por todos lados, pero eso significaba que si un animal se enfermaba, casi siempre se tenía que morir, y muchas veces se lo despenaba para ahorrar una agonía incierta. Cierto que también había menos hospitales, no existía atención primaria ni muchas de las vacunas de ahora y la gente se morí más joven sin que nadie le ahorre la agonía. Y también es cierto que todavía no hay un sistema de salud pública para los animales, como tampoco existe la posibilidad legal de acortar la agonía de un humano. Parece que no nos queremos tanto como queremos a nuestros animales.
Y la culpa está también. Siempre que muere un familiar se instala un sentimiento de culpa. Los animales son parte de la familia porque ellos se asumen parte de una manada, y nosotros también los asimilamos a nuestro esquema de relaciones vinculares. Normalmente la culpa parece tener un motor interno. Si buceamos en los antecedentes, muchas veces hay un otro acusador, psicópata, que vivía con la necesidad de inocular culpa. Si hay algo que no me gusta es la idea de que la culpa se pueda inocular, además de una acusación hace falta una tendencia a complacer a la autoridad ¿y de dónde puede venir esa tendencia sino de una idea primaria de que la obediencia alivia la culpa. Los retos sólo hacen efecto porque señalan que el sujeto no está siendo obediente. Así que no podrían crear la culpa, sino que más bien la necesitan como condición, tal vez se potencien mutuamente.
Sí, porque sentir culpa con frecuencia sólo puede redundar en una facilidad para ese sentimiento.
Por otro lado, se ve como los chicos pueden reaccionar a otros problemas con sentimientos de culpa sin que nadie los acuse. Eso hace pensar que la culpa podría ser en principio una forma primaria de asimilar el malestar, o tal vez ese malestar específico que produce el temor.
Se puede pensar en una compensación narcisista como un beneficio secundario de la culpa: las personas culposas son íntimamente orgullosas.Y otra vez nos quedamos con las ganas de encontrar un primer motor de la culpa, porque un beneficio secundario no alcanza como causa.
Es algo distinto cuando se trata de un animal, porque sí se tomo la decisión, y antes se tomaro otras: llevarlo antes o después al veterinario, hacer o no tal o cual tratamiento, darles una comida o la otra, más o menos agua... Y al final decidimos ponerlos a dormir, convencidos de que está bien.
Normalmente, como además hay un duelo de por medio, y siempre esperamos que haya elementos ocultos esperando, porque realmente no sabemos lo que perdimos, porque no sabemos qué parte de nosotros veíamos en el otro que no está más. Para proyectar vale tanto un perro como un canario, vaya que la literatura lo demuestra. Ya que estamos, y en general la tendencia del duelo acompaña, hacemos que el paciente rememore, repase, tal vez metiendo cuñitas de resignificación para que la culpa no tenga una dimensión mortífera.
Pero cuando se mueren los animales la culpa está más justificada, hay una responsabilidad completa.
La estrategia se parece más al trabajo con criminales: pero a ellos tratamos de hacerlos sentir algo de culpa y empatía, y al dueño que sacrificó su mascota es díficil pedirle una empatía que va a ser sólo una proyección, porque realmente no sabemos cómo sienten los animales. Sólo sabemos lo que les hacemos nosotros.
Bueno tampoco sabemos cómo sienten los demás, así que no me desespero. Porque una cosa es entender cómo se produce la culpa, y otra cosas es saber cómo desarmarla.
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