Tecnología y agresión

Cuando yo era chico se decía que los videojuegos promovían la violencia. Bueno, cuando era chico no: cuando era joven. Antes de eso se acusaba a la televisión. El discurso moralista desde siempre ve decadencia en todo lo nuevo. Decadencia y peligro. Es una postura que se puede rastrear por ejemplo en el Enrique VIII de Shakespeare. Lo del peligro un poco se entiende, porque la modernidad viene de la mano de un aumento en los volúmenes de energía e información que manejamos y descargamos sobre nuestros semejantes.
El temor moral también tiene su pedazo de razón: porque casi siempre los cambios modernistas responden a la demanda de tener mayor libertad y más poder, que es lo que el moralista quiere siempre controlar. El mensaje es "los demás quieren todo y nos van a dejar sin nada si no se les pone un freno a sus deseos".
No es posible que el teléfono provoque las mismas calamidades que la imprenta o las videollamadas: el problema son los que se alarman siempre con las novedades.
Si la tecnología hace todo más fácil, no se ve por qué iba a causar problemas. A menos que haya situaciones donde la dificultad es una ventaja. 
Nota al margen: el masoquismo no cuenta como ventaja, las ventajas es inscriben en la columna del principio de placer. Está lleno de gente que goza de que todo le cueste, o bien que sólo puede disfrutar de algo si le costó algún sacrificio. Deben ser los mismos que ven el fin del mundo en cada nuevo modelo de celular (más gigabytes es más pornografía).
Pero puede ser que para algunas cosas sea una ventaja tener dificultad, por ejemplo para las tendencias antisociales.
Winnicot decía que la intervención terapéutica eficaz frente a los ataques de los pacientes antisociales era resistir, no desaparecer, no romperse. Vale tanto para las instituciones como para los terapeutas.
Cuántas veces nos enteramos en la sesión de que el paciente se mandó una cagada y cuando la cuenta ya perdió un amigo, un trabajo, una pareja. 
Como tantas otras cosas, una gran variedad de cagadas se pueden hacer simplemente diciendo lo que no hay que decir. Muchas veces no hace falta romper nada, ni quedarse con un vuelto, ni cojer con la cuñada para romper la vida propia y ajena, sino solamente hablar de más. Y para hablar, la tecnología nos hizo las cosas mucho más fáciles en los últimos años.
Le debo a un paciente en particular esta "revelación": hace un tiempo, cada vez que se enojaba con alguien, tenía que buscar un teléfono público, conseguir monedas, y recién entonces podía llamarlo, y en ese recorrido, muchas veces perdía las ganas de insultarlo, así que cuando finalmente llegaba a hablar, estaba en condiciones de discutir en forma civilizada. En cambio desde que tenía un smartphone, no había nada que le impidiera tocar la pantalla y enviar un mensaje de voz acorde al estado del momento.
Se ve que antes la realidad simplemente sumaba su resistencia frente a las tendencias antisociales, pero nos las arreglamos progresivamente para reducir ese factor. La capacidad para hacer daño es parte de la capacidad para hacer cosas en general. Contra eso, las únicas barreras serán las que nosotros vayamos construyendo e incorporando. De hecho la mayoría aprende a frenar en los semáforos.

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