Rebobinar

La última vez hablé de la búsqueda de reglas para evaluar la calidad del trabajo terapéutico. En la respuesta a esa pregunta es imprescindible que se incluya el nivel de satisfacción del paciente, porque la salud mental no existe si no es como condición de la felicidad. De otra manera terminamos tarde o temprano haciendo de la salud una definición moral de acuerdo a nuestra propia escala de valores.
Aclaro: no soy relativista, estoy convencido de que hay escalas de valores mejores que otras, pero en la práctica reconozco que más bien estorban. 
Hay que pensar en la felicidad, y hasta nuevo aviso la única forma relevante de felicidad pasa por alguna forma de satisfacción. Pero la satisfacción del paciente con el tratamiento nunca va a llegar. No de verdad.
De hecho cuando están mas contentos están ilusionados, no satisfechos.
La cuestión imposible para las terapias es que una vez que se desencadenan los síntomas de un trastorno, no hay posibilidad de que las cosas vuelvan a ser para esa persona igual que antes.
Cualquiera que diga lo contrario es un chanta vendehumo.
Vamos con el caso más sencillo posible: un adulto con estrés post-traumático. Supongamos un adulto sin antecedentes de crisis de ansiedad. Tiene un accidente de tránsito, sin daños físicos graves, en el momento reacciona de manera funcional, hace lo que tiene que hacer, se atiende, hasta los trámites del seguro le cuestan poco.
Cuando todo está mas o menos ordenado de nuevo empieza a tener recuerdos vivaces del  choque, pesadillas que lo despiertan, duerme mal. Empieza a sentir desasosiego cuando circula por la calle, si puede evita salir.
Doy de ejemplo uno de los casos más benignos. Esta persona seguro va a poder recuperarse y circular, manejar un auto sin miedo, dormir con normalidad.
Pero nunca se va a olvidar de que estuvo en peligro. También en eso es un caso benigno: porque no se disoció de un fragmento de su memoria para evitar percibir el miedo.
Mucho más frecuentes son los casos de ataques de pánico. Esas personas pasan por una situación muchas veces desconocida para ellos. Todo está bien, y de repente todo está mal. Se entiende que hay quienes sostienen que es el mismo ataque el que constituye un evento traumático, y que todo lo que viene después es el intento del paciente de manejar esa experiencia como cualquier TEPT.
Recuperar la confianza es imposible. Una vez que alguien pierde la sensación de que hace lo que quiere, de que domina sus propios actos, ya nunca va a recuperar esa confianza ciega. Por más que la gente imagine que se puede volver a sentir como antes de una crisis, esto es porque en cuanto a los sentimientos nos permitimos fantasear sin ningún rigor. A menos que alguien se disocie de su propia historia, o que pierda la memoria, no se puede volver a sentir lo mismo que alguien que nunca tuvo una crisis.
No hace falta que me refiera a las psicosis, que cursan con deterioro siempre, ni a los trastornos del humor, que muchas veces requieren medicación de por vida. 
Conque la gente viene a pedir que su vida vuelva a ser como antes, y la tenemos que convencer de que no, que pidan otra cosa, en lo posible sin engatusarla como hacen los vendedores de zapatillas cuando no tienen el modelo que te gusta. Algunos simplemente se van a buscar a otra parte lo que piden, y siempre encuentran al final alguian que les dice que se puede.
Las psicoterapias y la psiquiatría no curan en el sentido en que puede curarse una angina. Tal vez algún día lo hagan, pero por eso que decía de la memoria, es poco probable, y quizás ni siquiera deseable, que se encuentre la manera de rebobinar la mente.

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