El GPS del amor

La computadora nueva vino con un asistente de voz, un engendro con voz de gallega que te pregunta qué necesitas. No puedo acordarme el nombre, así que la llamaremos Cadorna. Por supuesto que lo desactivé de inmediato, como todas las opciones invasivas de Windows que pude encontrar, aunque sé que no hay forma de confiar en ese sistema. En cuanto se descuide lo reemplazo por uno basado en linux.
Desde que a los I-Phone les pusieron ese asistente llamado Siri, parece que es imprescindible que los dispositivos vengan con algo parecido ¿no aprendieron con los GPS? ¿No les llenaron los buzones con cartas de odio por la irritante voz mandatoria que a cada rato te decía "doble a la derecha en la ziguiente interseczión". Parece que no. Los usuarios están ¿contentos? Tienen la fascinación de los chicos que se compran un yo-yo cuando los yo-yos se ponen de moda: el resto del tiempo duermen en el fondo de un baúl. 
Sí, sí: todos vimos esas películas donde los androides son mujeres sexis y complacientes. Muñecas sofisticadas. Por ahora tenemos sólo la voz, y la evidencia de que la tecnología sigue dominada por adolescentes varones en la etapa en que descubren los sitios porno.
Un poco de eso y un poco jugar a tener una secretaria como la Diane del detective Dale Cooper.
Este tipo de juegos siempre lleva a quedar frustrado, por razones obvias. Nunca pasa nada de lo que se imagina. 
¿Por qué las personas siguen buscando lo que otros desean si no les da resultado? Preguntarse eso es olvidar que el deseo es como la ciencia: cuando el experimento sale mal no se cuestionan los fundamentos, sino que se revisan las hipótesis derivadas. El deseo también procede jerárquicamente. Si nos fallan las pistas que nos dieron, simplemente cambiamos de informantes, pero no hay ninguna necesidad de dejar de esperar que la fantasía funcione como guía hacia la satisfacción.
De hecho, aúnque fracase, el juego con la fantasía pasa por un instante en que parece alcanzar el éxito.
Cuando el juego se percibe como algo que coincide con lo esperado, es como si se ingresara una contraseña que habilita a sentirse satisfecho.
Ojo, el placer que se genera es real, no importa que provenga de un autoengaño: las endorfinas que segrega el cerebro actúan de verdad.
¿Qué nos impide dejar de buscar en la imitación el camino para sentirse bien y aprender cuáles son nuestras propias claves para ponernos bien, aunque sea un rato?

Comentarios

  1. Muy interesante, la verdad que sorprende mucho el giro que da el texto... y me deja pensando, que yo vengo pensando en esto desde hace tiempo, pero ahora de pronto me haces pensar en como ayudar a alguien, digamos a mis hijas, a pensar en este asunto...

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