Pomelo es rock

Una sesión donde se habla de los deportistas, de jugadores de fútbol. De qué les pasa cuando se convierten en estrellas. Qué hacen con la plata, con sus relaciones, sus parejas.
Me cuenta que los jugadores de ahora se toman las cosa con calma, mientras que la generación anterior querían ser rockstars.
Hablamos de los héroes. En la mitología clásica, no era raro que los ídolos deportistas ganaran un lugar como héroes. Que había algunos héroes que estaban destinados al sacrificio, al estilo de Icaro, eran personajes que se destruían necesariamente por su éxito. Siempre fueron necesarios individuos que se inmolen de manera escénica, pero haciendo escenario de su propia vida.
Pensé de inmediato en el "club de los 27", ese puñado de genios locos que se murió sin llegar a cumplir treinta. No sólo se les deben algunas de las marcas indelebles de la cultura pop, sino que cuando no los tenemos, necesitamos que alguien los imite o los represente.
En la sesión o hice referencia al club de rockeros muertos, sino que me quedé con el ejemplo del Diego, porque de eso estábamos hablando: de un tipo que no tenía separación entre su vida privada y su vida pública. Por más que se quiera y se insista en separar "el deportista de la persona", "el artista y la obra", en el caso de un rockstar eso sería una hipocresía. Porque lo que les exigimos es que sean la prueba viviente de que no hay esa separación, de que es posible alguna forma de "autenticidad".
Es cierto que nosotros no vivimos en la antigüedad, y aunque queramos sostener que la condición humana es una y la misma a lo largo de la historia, sabemos que los sentidos cambian y se discontinúan. La cita y la recreación están con el original siempre en una relación de malentendido, nunca de continuidad. La continuidad es imaginaria. 
Nosotros tenemos con las leyendas una relación romántica. En el sentido de que la muerte es un destino romántico que está más allá de la ley. La ley por el contrario es el mal. Por eso nuestros ídolos son transgresores, enemigos del estado y las buenas costumbres. Y esto no lo inventó el rock, sino que es así al menos desde Rimbaud, seguramente antes.
El rock, paradójicamente, pertenece a la cultura pop, que se construye elevando a la categoría de obras de arte a los lugares comunes de nuestro sentido común estético. En un sentido profundo es una reflexión sobre lo artificial de nuestro mundo. La modernidad se suponía que se dirigía a la verdad, pero entró en la revolución industrial y nos dió una civilización que materializa una a una sus fantasías y pesadillas. 
Un rockstar no se preocupa por anudar los sentidos, sino que se convierte a sí mismo en aguja.
Los deportistas profesionales se convierten en ídolos, pero es muy difícil que puedan soportar ese destino.

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