“Pinta tu aldea y pintarás el mundo” y otras frases. Por @PerriDelPueblo

Me honra transcribir en este espacio esta nota de @PerriDelPueblo, amiga y educadora.

"El asesinato de Luciano Olivera a manos del oficial de la policía bonaerense Maximiliano González, pone en la escena nacional la relación de las fuerzas de seguridad con los vecinos de su comunidad. Adultos jóvenes comisionados por el Estado para ejercer la fuerza en su nombre, patrullan la vida cotidiana de un pueblo que, a su vez, se patrulla a sí mismo: se vigila y se castiga. 

“Pueblo chico, infierno grande”, dice la sentencia citadina, como si la realidad de una comunidad pequeña fuera tan diferente de la de cualquier barrio: roles establecidos, prejuicios y estereotipos, apellidos que remiten a la elite, el lumpenaje, el comercio, el deporte o la actuación, por decir algo. Formas de ser y temperamentos se deducen de los datos a los que la comunidad tiene acceso; en Miramar no hay villas, pero el adjetivo “villero” funciona con el mismo sentido que en cualquier parte de la provincia y refiere a la procedencia familiar y a las actividades que se presuponen propias de esa procedencia, así como del color de piel, jerga y vestimenta. 

“En Miramar nos conocemos todos” es otra afirmación que por generalizadora es, a la vez, verdadera y falsa, por lo tanto tiene poca utilidad. Sin embargo, es tentador desenredar la madeja que culmina en el homicidio de Luciano: se pueden seguir puntas y tejer la trama de la historia, texto, discurso, relato que cristaliza una serie de sucesos y le dan sentido a un final. Podemos hablar del joven que busca escapar del estereotipo de clase y el rol predeterminado, busca una profesión que lo empodere y elige ser policía. Si tomamos otro hilo, relataríamos la misma vida, la misma criatura para quien sus padres anhelan una vida diferente a la que está marcada por su suerte pero el destino, inexorable, lo lleva una noche a realizar el acto que cierra el círculo. Evitemos la tentación: Maximiliano González tomó la decisión de usar el arma reglamentaria para disparar al pecho de Luciano Olivera y matarlo esa noche en la calle 9.

Ahora salgamos de la crónica y vayamos a lo que puede salvar a otros Lucianos y evitar que otros Maximilianos se conviertan en ratis asesinos. En Miramar no nos conocemos todos, somos una comunidad igual a las demás; los adolescentes, policías, narcos, comerciantes, docentes y dirigentes políticos locales no son “un mundo aparte”, un gran infierno, un Macondo perdido en la costa atlántica. Y si nosotros sabemos que una parte importante de la policía (y no algún estúpido suelto que actúa como mafioso) aprieta a los pibes porque sí o con fines inconfesables, no me digas que los ministros de seguridad no lo saben. Así como sabemos sobre el maltrato a las mujeres policía, la cantidad de suicidios, el machismo, el espíritu de cuerpo, el exceso de trabajo, los sueldos no acordes a la tarea que deben desempeñar, la falta de apoyo psicológico y la implacable jerarquía, elementos todos que no comenzaron el día que González decidió disparar. Achacarle la situación a la falta de formación de los efectivos también es un modo de negar las respuestas necesarias: la educación de la policía es responsabilidad del Estado y se relaciona con la importancia que les da a la vida de los efectivos y a la de los ciudadanos. No son los extraterrestres, Dios o Cthulu quienes deben asegurar dicha formación y me viene a la mente el meme de los dos Hombres Araña. 

Como docente, soy agente del Estado. Fui profesora del oficial González. ¿Qué debimos hacer para que Maxi no se convirtiera en un asesino? Después de doce años de escuela, de amistad y afecto, de materias adeudadas y rendidas, de entrega de diplomas y despedidas, González entró a la Escuela de Policía Juan Vucetich, que asegura la mejor preparación para sus egresados. Volvió diferente, quizás por cuestiones propias, es muy posible. Hasta el 10 de diciembre de 2021 tuvo una trayectoria de “policía bravo”, según cuentan quienes lo padecieron. Esa noche fue un paso más allá y se convirtió en homicida: mató a un niño porque sí. 
¿Y ahora es un estúpido que se cree mafioso, un policía que hizo todo mal, un hombre que vivía en un infierno grande, el familiar de un transa? ¿Ahora, de golpe? ¿En serio? ¿De verdad la responsabilidad es de cualquiera menos de la institución que lo habilitó a portar el arma con la que terminó con la vida de un chico?

Digamos las cosas de una vez: la policía no es una institución que celebre y cultive la individualidad, tampoco una ONG con un estatuto inventado ad hoc sin la mirada rectora del Estado. González no cayó en paracaídas a la fuerza el viernes a la noche en la avenida 9, no es un marine ni un sacerdote de Osiris. El Estado y sus representantes deben hacerse cargo de lo que pueden y, en especial, de lo que no pueden hacer, en lugar de apelar a la inconmensurabilidad del alma humana. ¿A quién le hablan con el discurso de la manzana podrida? ¿A los que vivimos en Miramar o cualquier otra comunidad chica? Bueno, eviten eso: no seremos unas lumbreras pero tampoco somos amebas.
No somos descartables en función de un bien superior, ni “la gilada”. Háganse cargo. " 

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