Tentaciones

"Donde se come no se caga" dice el dicho que todos repiten. Casi nadie discute la sabiduría de esta fórmula, y sin embargo, cualquiera que haya trabajado en una organización sabe que como todo espacio social, se termina usando para el levante, el chape y la fornicación.
Los antiguos anacoretas tenían claro que cuanto más nos rodeamos de nuestros semejantes, más cachondos nos volvemos. Algunos viejos chotos incluso se horrorizaban de toda multitud porque según decían, se fomentaban las más bajas pasiones. Ni hablar de que ese imaginario de la multitud pecadora le presta su eficacia a todos los prejuicios sociales. Pero dejemos eso.
Quienes trabajan en empresas y hacen terapia, tienen cada tanto oportunidad de traer sus historias de amoríos de trabajo. Por lo general piden consejos que nunca siguen, eso cuando no vienen con el fato cocinado a lamentarse de las consecuencias.
Una sola cosa hay que recordar: nunca, pero nunca se debe poner en evidencia algo relativo a la sexualidad ajena en el ámbito laboral. No está bien ni siquiera encarar en público en el trabajo.
Si lo hacen, merecen que los echen a patadas del consultorio.
El trabajo se necesita para vivir, y como el sexo distorsiona nuestra percepción de la realidad material tanto como de las normas básicas de convivencia, puede poner en riesgo directa o indirectamente la subsistencia.
Una de mis primeras pacientes salía con un compañero casado que no tuvo mejor idea que confesar todo el asunto a su esposa. Por supuesto, la cornuda exigió detalles y el pollerudo entregó a la tercera en discordia atada de pies y manos: nombre, teléfono, dirección y horarios de trabajo. Mi paciente tuvo que sufrir encontrarse con que la esposa del tipo la seguía en auto, la llamaba a cualquier hora, y la hacía sentir una mierda todos los días. Y todavía tuve que trabajar con ella por qué no podía siquiera ver lo reventado y sin códigos que había sido el tipo.
Los deseos están siempre en las relaciones entre compañeros. Situación típica: mujer se divorcia y aparecen pretendientes de abajo de las baldosas. "Nunca me imaginé que Fulanito se me iba a tirar un lance ¿qué le pasó de golpe?". Nada le pasó, siempre estuvo ahí, pero se contuvo para no crear un problema ¿o no sería un problema? El hecho es que Fulanito no lo sabe y está muy bien que haya sido cauto. Aunque tal vez sí haya algo. Las malas lenguas dicen que cuando una mujer se divorcia, los hombres ven una oportunidad de tener sexo sin compromiso. También dicen que cuando ven una mujer casada, no la acosan para no tener que pelearse con el marido. Y por último he escuchado que algunos encaran especialmente a las casadas porque asumen que las infieles no les van a exigir noviazgo y compromiso...
Ya ven que todas esas situaciones parecen fáciles de generalizar hasta que uno quiere sistematizar apenas, y ya se ven las contradicciones. Lo que en un caso hace de estímulo en otro hace de obstáculo.
La constante parece ser la intervención de un tercero. Para que haya deseo tiene que haber un tercero. 
No alcanza con el objeto del deseo. Tiene que haber un semejante con ganas en algún: puede estar lejos, pero sabemos que se quedó con las ganas, puede estar al lado, y no deja que nos olvidemos de que tiene ganas. 
La mayor parte de las veces veo que mis pacientes, y también personas que no hacen terapia, pasan por alto la influencia de los demás en sus deseos. Se entiende, porque nuestra cultura, nuestro orden social descansa en la idea de que nuestros deseos son absolutamente personales, son la piedra de toque de lo que nos es afín o ajeno. El deseo propio es lo que hace genuina a la voluntad.
Dije "orden social" y debería decir "nuestra fe en el orden social", porque desde que se puso por encima de todo a la voluntad, no se ha dejado de buscar la manera de manipular esa voluntad. Hoy mismo, la economía mundial depende de que la gente desee lo correcto.

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