La buena autocensura

Alguna vez ya comenté que mi viejo decía que para salir a cazar, lo mejor es la escopeta de perdigones, porque con eso "no le das a nada que no tengas a la vista", mientras que con rifles y carabinas, o aún con pistola, hay peligro de que una bala perdida lastime o mate a alguien. Algo parecido pasa con las palabras: tienen un alcance e impacto que desconocemos. 
Una de las principales formas de acotar los efectos que sobrevienen cuando abrimos la boca, es cuidar el momento y la oportunidad. No se trata sólo del timing, que resulta de evaluar cuándo el receptor está en las mejores condiciones para procesar un mensaje, quedan una cantidad de cosas que nos guardamos y no decimos, incluso no escribimos.
Hoy en día, hasta las historias clínicas son objeto de esta autocensura, o deberían, puesto que legalmente pueden ser reclamadas por los pacientes o sus representantes legales, que tienen derecho a solicitar una copia. Estamos seguros de que esto constituye no sólo una salvaguarda de sus derechos, sino también una medida práctica en un contexto donde la posibilidad de que los distintos profesionales que asisten a una misma persona se comuniquen entre ellos es cuando menos utópica. 
Todo esto es un poco trillado, para los que estamos en esto. Pero está bien repetirlo, incluso a mis colegas se les pasan estas cosas y dejan por escrito textos de lo más indiscretos. 
Un tercer ámbito donde creo que hace falta medirse es el la comunicación interdisciplinaria. Por más que creamos y sostengamos que no podemos saber de antemano qué cosas son significativas y qué otras cosas son secundarias, eso vale para la sesión analítica, ni siquiera para toda sesión de psicoterapia, y mucho menos para entenderse con colegas que sí tienen un recorte, una semiología propios. Los canales de comunicación interdisciplinarios, como todos los recursos de salud, son ESCASOS, no hay que saturarlos. Para ponerlo en blanco sobre negro: si uno llama por teléfono a un psiquiatra, es muy probable que ese psiquiatra, médico al fin, atienda aunque esté en consulta con un paciente, y si uno se toma diez minutos para referir la historia de vida de un paciente, no sólo está ocupando el equivalente a un tercio del tiempo de una consulta promedio, sino que convenció al otro de que lo mejor es evitar atender a los psicólogos.
Me pica la curiosidad si algún filósofo se habrá ocupado de sistematizar la reflexión sobre qué criterios válidos se pueden aplicar a la hora de decidir, no si un enunciado es cierto, si es justificable, si es válido o legítimo, sino de saber si viene al caso emitirlo en determinado momento y lugar.
Esto es algo que deberíamos poder manejar, y sobre todo transmitir, quienes nos dedicamos a aconsejar a los demás (aunque reneguemos de eso, en fin, es lo que hacemos).
Todavía no encontré una respuesta académica, pero sí me crucé con un posteo en un blog que me dió mucho que pensar, por lo ordenado de los casos.
Lo recomiendo, y creo que lo voy a volver a traer con comentarios más detallados.

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