La pedagogía de Procusto
Cada tanto uno escucha cosas que parecen no tener sentido. Como esa vez que pasaba al lado de una profe de natación y escuché "necesito dominar a mi víctima para aprobar el curso", cosa que sí tenía sentido en el contexto de las técnicas de salvataje de los guardavidas.
En muchos ámbitos se construyen dialectos propios, parcelas del idioma que se van haciendo herméticas a oídos extranjeros. Como pasa con el discurso de los marxistas verdaderos, que aunque parece coherente, en el fondo remite a un cuerpo de ideas que prefieren guardarse para ellos, por motivos determinados dentro de ese mismo cuerpo de ideas.
Con los pacientes psicóticos pasa algo parecido, porque dicen cosas que tienen sentido en el contexto de su propio sistema de ideas, pero el detalle es que cuando te hablan, es porque dan por sentado que vos estás en tema, y te cachan con sobreentendidos, y se sienten muy decepcionados si no los agarrás, con altísima probabilidad de que en el fondo te estés haciendo el boludo.
De vez en cuando escuchamos también cosas que sí se entienden, pero que son demasiado extrañas a nuestro sentido común, y sin embargo para otros son normales, como esa costumbre sueca de no convidar a comer a las visitas.
Hay que estar en guardia con eso, porque en un descuido podemos caer en patologizar costumbres o actitudes que son comunes, pero que son normales para un grupo.
No estoy abogando por el relativismo cultural: cosas como casar a las niñas con viejos reventados a cambio de plata no van a estar bien nunca, lo que no son es parte de una enfermedad mental.
Y por último hay un fenómeno que todavía no termino de definir si me parece una patología, o simplemente una costumbre de mierda.
Mi paciente me venía hablando de sus preferencias, es importante en este tratamiento que se puedan desde ya formular esas preferencias, y muy necesario que adquieran cierta validez frente a los demás.
Pero de repente me suelta un discurso de por qué necesitaba, según decía, acostumbrarse a apreciar las cosas que no le gustaban, y me trae algo que parece una tendencia sistemática a contrariarse en sus gustos. Tipo: me gustan los sacos largos, me pongo una chaqueta a la cintura hasta que me acostumbre a verme así, o al revés. Y esto en una serie de ejemplos menores, pero que hacían todo un culto de pasarla mal estéticamente.
Indagando, sale a luz el ejemplo típico de los padres obligando a los hijos a comer lo que no les gusta.
Esta costumbre quedó como herencia de las economías de escasez: se come lo que hay.
Es cierto que el hambre es el mejor condimento. Pero justamente cuando estás hambriento nadie te tiene que insistir mucho para que tragues. Y hasta puede que termines asociando lo que sea con una experiencia satisfactoria, y así te parezcan un manjar los caracoles de jardín.
Pero el sentido del gusto rechaza por instinto ciertos sabores y busca otros. Si bien los adultos tenemos la responsabilidad adicional de cuidar que esa selección no se distorsione a causa de la disponibilidad de productos artificiales, dotados de sabores para los cuales el organismo no tiene una respuesta evolucionada, eso no tienen ninguna relación con dedicarse a contrariar sistemáticamente las preferencias infantiles.
Dicho de manera simple: una cosa es no dejar que los pibes se atiborren de azúcares, o de grasa con sal y GMS, y otra cosa es obligarlos a comer cosas feas porque se te metió en la cabeza que tienen que acostumbrarse.
Acostumbrar a los niños a sufrir...
Será una cuestión de sadismo? O será una tendencia negativista, una compulsión de negarle al otro lo que sea que demande?
Existen rasgos diferenciales para eso. El trastorno obsesivo, el sadismo, y el trastorno negativista-desafiante son fenómenos que ni siquiera pertenecen al mismo nivel de organización.
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