Cómo trabaja un psiquiatra

Como psicólogo a veces mando pacientes a ver a un psiquiatra. Hago eso cuando entiendo que el "estado mental" de mi paciente no le va a dejar hacer el trabajo que tiene que hacer en terapia, ya sea que el malestar sobrepasa su capacidad, o que está muy débil como para procesar algún tipo de emoción, o muy desorganizado. También lo hago cuando el problema es, digamos, "orgánico", y no tengo mucho que hacer con eso.
Y el psiquiatra le recomienda un plan de medicación, lo prueba, lo ajusta, y en general, la cosa anda.
 Pero para que la cosa ande es necesario algo más que acertar con la medicación: la gente necesita confiar en el psiquiatra. No es cosa de andar aplicando la regla del cinco por uno y pichicatear todo el mundo a la primera.
El experimento de Milgram nos puede hacer creer que alcanza con tener un guardapolvo blanco y cara de científico para que la gente acate las órdenes más locas. Claro que una cosa es picanear a un desconocido impunemente, y otra cosa tomarse un remedio para el cerebro recetado por un tipo con acento de Villa Crespo. Hay manejos para esto, que no están todos en los libros.
La teoría indicaría que por cada pareja médico-paciente debería haber una estrategia óptima singular. La experiencia también indica algunas generalidades, relativas a problemas específicos que se dan con frecuencia y responden de manera típica. Esto último viene en los manuales.
Pero como no se puede pedir (todavía) que los profesionales inventen sobre la marcha un personaje a medida de cada paciente, se las tienen que arreglar con alguna estrategia-embudo para que los pacientes entren en una relación de confianza.
Cito el ejemplo de un psiquiatra de confianza, que suele tener éxito donde otros con igual o mayor conocimiento no, con pacientes "difíciles".
Lo primero que hace es prestarles atención. Qué pavada ¿no? Pero es que los médicos están tan formados, tienen tantas cosas a que prestar atención en la consulta (eso está en los manuales) que muchas veces no prestan atención a lo que "le pasa" al paciente. Ya se sabe, aunque no se le de la importancia que tiene, que el mero hecho de que un semejante escuche y entienda lo que nos pasa, desde ya produce alivio. Al respecto siempre recuerdo el desafío que me significaba una paciente que cuando se sentía mal, encontraba que por más que lo dijera, no encontraba un otro que entendiera lo que le pasaba: los intentos de comprensión no le servían, yo me daba cuenta de que ahí había que entender correctamente, y de hecho sólo empezó a ceder cuando pude dar una devolución acertada.
Después les cuenta cosas. No importa mucho, alguna anécdota que le viene a la cabeza, cosas de sus pibes (siempre habla de sus pibes, obvio). Cuando los míos eran chicos, yo me encargaba de dormirlos, les cantaba, más adelante les leía. Hay una propiedad de la voz, que alguna vez traje a colación, que es la de sostener la presencia independientemente de la imagen. Se puede cerrar los ojos y el otro está ahí, corporalmente, porque la voz es una parte del cuerpo. Un otro que está ahí cuando cerrás los ojos es un otro confiable. 
Y hablando de un caso me decía "entonces le dije si quería un vaso de agua, me dijo que sí, y ahí ya estaba: si me acepta un vaso de agua va a aceptar la medicación que le indique".


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