El cambio de sexo en el matrimonio

A la gente casada siempre la vemos padeciendo limitaciones. El folklore nos convence de que cualquier asociación es limitante, y sobre todo si se trata de la vida sexual, sólo podemos ver el lado negativo.
Ya es un misterio que no podamos dejar de hacernos problema por algo que es esencialmente fuente de placer. Pero es muy sospechoso que la narrativa generalizada se centre en todo lo que se pierde cuando las personas se unen y se ponen de acuerdo.
No hace falta tener una idea determinista acerca de cómo el imaginario social nos condiciona, está claro que la mayoría de nosotros puede poner una prudente distancia entre la forma en que piensa y la forma en que actúa. 
Si no fuera por eso, no habría matrimonios heterosexuales, porque la representación vigente es que eso es una aspiración femenina: el varón casado está castrado.
Lo cierto es que hay parejas donde pareciera que la cosa funciona realmente así: los maridos eternamente tratando de no ser maridos porque eso los hace sentir menos machos.
Menos machos es indefectiblemente más minitas, no hay alternativa.
Y por supuesto, los reclamos al respecto son absolutamente ineficaces: si le reclamás a un macho que no lo sea, sólo lo puede entender en el sentido de que vos querés ser más macho y estás confirmando que ser el macho es lo mejor que hay, y por eso ni loco te va a dejar el lugar. Lo mismo si le decís que te trata mal: eso significa que no te gusta que te trate como mujer, y aceptás que ser mujer es lo peor, así que...
¿Que salida queda? La renuncia por amor: así como la mujer se deja usar como objeto por amor, el varón, puede llegar a bajarse del pedestal y lavar los platos por amor.
Pero son actos simbólicos, así que no hace falta que se hagan bien, de hecho, mejor que no parezca que se hace con gusto, o con (dios no permita) experiencia.
La gente sana, como decía más arriba, pone un velo sobre eso que en psicoanálisis de llama "lógica fálica", porque la vida es mucho mejor si uno se deja de joder con boludeces. Para eso está la represión del inconsciente.
Pero yo soy terapeuta, así que durante la mayor parte del día no trato con gente sana, sino con muchos que no se pueden librar de eso.
Y la verdad es que algo hay que intentar al respecto. Por lo pronto, parece prometedor aplicar la contradicción interna, la reducción al absurdo. El humor, dice la teoría, hace posible levantar resistencias y aceptar pensamientos que de otra manera causan ansiedad.
Lamentablemente, no soy buen humorista, así que probablemente termine haciendo intervenciones medio bestias.
Por ejemplo, un marido se quejaba de los gustos de la esposa en materia de películas, diciendo que si veía mucho de eso iba a empezar a menstruar. Cuidado, hermano, a ver si de tanto ver películas de Chuck Norris a tu señora no le crece una pija y te quiere empomar.


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